Las mañanas siempre eran calurosas, no había muchos lugares donde escaparse del sol. Las puertas de su pueblo se habían abierto desde muy temprano en la mañana, dejando salir grandes grupos de leonas cazadoras, mujeres decididas a realizar el esplendido trabajo que estaban acostumbradas a hacer desde que eran unas jovencitas. Los hombres se quedaban a cuidar el reino y a los niños que jugaban en los mismos jardines, dentro de la barrera de troncos que limitaban su gran reinado. Pero él hacía mucho tiempo que no jugaba, aunque era una actividad que realmente le fascinaba. Observaba en horizonte desde la sombra de un pequeño árbol a escasos 30 metros de la puerta del pueblo Gryffin, vigilado por los enormes guardias de impresionante complexión.
Vahir, como otras tantas veces, había logrado obtener el permiso de sentarse a descansar fuera del pueblo, con vista al mundo en ese pequeño paramo, cubierto por un manto color beige desde la cabeza hasta las manos, sentado con las piernas cruzadas y un libro viejo sobre muchas especies. Pero él ya no leía, observaba atento a todo movimiento en el campo, por que era su dicha ver el mundo en movimiento allá afuera.
-Y sin embargo, en soledad, el campo es hermoso.-Declara en voz baja para si mismo, volviendo a su lectura.